
Cuando llegué, dormías desnudo sobre tu lecho, esperando ser preparado para el acontecimiento. Besé tu frente, besé tus manos, y las lágrimas rodaron sin remediarlo. Acaricié tus mejillas, ásperas por la barba de dos días, y fue en ese momento cuando supe que te afeitaría.
Te susurré un te quiero demudado y me dirigí al lavabo a por la maquinilla. Mis ojos, anegados, no alcanzaron a verla, y tanteando más que viendo, la cogí con cariño entre mis dedos. Desenchufé la lamparita de tu mesita de noche y en su lugar conecté el invento, y entre sollozos incontenibles, recorté aquel duro vello. Esta vez no te dolía, ni te tiraban las cuchillas de aquel recortador de pelos muertos.
Lo asearon y vistieron, con cariño colocaron entrelazados sus dedos, me puse su sello, en mi dedo forzado y esperamos hasta el momento en que hubimos de trasladarlo. Te fuiste, ya te llevaron, donde manos extrañas te colocarían tras un cristal nada opaco, donde te veríamos más tarde, reposando en tu eterno descanso. Mientras, entre mi madre y yo, fuimos a todo el mundo avisando, cogí su teléfono móvil para realizar sus últimas llamadas, para decir que se había marchado, con la voz entrecortada.
Miríada de familiares, amigos íntimos y conocidos poco allegados fueron inundando el Tanatorio de recuerdos y añoranzas. Ora riendo recordando, ora llorando tu falta. Amigos en común y abrazos, y tú sin decir nada, quiero recordar que reías pues ya nada te dañaba. El día, largo, termina, con un rosario interminable cuyo bisbiseo me atormentaba, deseando que acabase aquel mal trago tan sociable que la sociedad reclamaba.
Noche sin dormir, pensándote, y echándote tanto en falta, no hubo descanso, tan sólo tu presencia aquí, en mi alma. Y una nueva mañana, como un jarro de agua fría, se cernió sobre mi espíritu, con la realidad abrumadora que tu presencia me negaba. Un café en el bar de siempre, más condolencias y pesares que no me dejan sumirme en el silencio que necesito. Vuelta al Tanatorio, sigues en el mismo sitio, parece que te encuentras cómodo pues tu postura no ha cambiado, tu rictus imperturbable demuestra que es de tu agrado.
Nuevo protocolo religioso en el que enmudecido me sumerjo, parece que te despiden con palabras y frases que no entiendo. Procesión de amigos y familiares que traen de nuevo recuerdos, más llanto incontrolable, más lágrimas sin dueño, más dolor insoportable entre ánimos y lamentos.
Vamos, os están esperando, nos dicen a la puerta del Tanatorio, aceleramos el paso, y los corazones al paso, y las lágrimas fluyen de nuevo, ahora van a quemarlo, y debemos irnos despidiendo.
Acaricio tu frente, fría, como el mármol y el hielo, te lloro amargamente, abrazado a mi mujer y sin ningún tipo de consuelo. No quiero dejar de acariciarte, pues cuando lo haga, empujarán tu caja al oscuro horno y no volveré a verte. No quiero, no, mas debo hacerlo. Obligo a mi mano a dejarte, a dejarte ir para siempre, y un quejido lastimero se abre paso entre mis dientes. Por un pequeño agujero, aparecen de repente, unas llamas veloces, unas llamas, potentes, que habrán de consumirte para no volver a verte.
Aún sigo echándote tanto de menos, padre, amigo y confidente, tantos días juntos, tantas cosas pendientes, tantos recuerdos aún vivos, siempre vivos en mi mente, porque siempre estarás conmigo, siempre, conmigo, presente.